Parece claro que, como país, hemos vivido una larga temporada por encima de nuestras posibilidades. Tras la llegada de la democracia mediante una "exitosa" transición política y nuestra incorporación a Europa, recibimos de ésta fondos que además de ayudar a mejorar nuestras infraestructuras, debieron ser invertidos con más visión de futuro de cara a afrontar ciclos económicos adversos, esto es, a mejorar la productividad y competitividad de nuestra endeble estructura industrial, complementando y diversificando nuestra tradicional fuente de ingresos basada en el turismo y los servicios generados en su entorno. Ello, a su vez, implicaba decididas políticas de estado en dos direcciones decisivas: adecuar y mejorar la educación -baza fundamental para mejorar la competitividad- y el establecimiento de alternativas a nuestra dependencia energética. En vez de ello, bajo el síndrome del tonto exitoso y herederos de la cultura del "pelotazo" -propia de un país históricamente hambriento- dedicamos los recursos del país y los ahorros de sus habitantes -con la inconsciencia y la prepotencia de nuevos ricos- a engordar una burbuja inmobiliaria que suponía pan para hoy -y para algunos- y hambre para mañana, creyendo que en eso consistía el crecimiento económico. Perdimos la ocasión de hacer las cosas mejor; ahora nos tocará pagar la factura. Y, seguramente, no a los responsables de la actual situación, como siempre.
No hay comentarios :
Publicar un comentario