Parece que existe unanimidad -sindicatos, empresarios y gobierno- en considerar la competitividad un valor esencial para el logro de una economía sólida, en general, y para la superación de la crisis que sufrimos actualmente, en particular. Y supongo que seguiríamos estando de acuerdo en considerar la formación como una de los pilares de la deseada competitividad. Es decir, la aptitud de los trabajadores es un factor necesario para garantizarla. Necesario, pero no suficiente, pues a menudo se ignora -o se quiere ignorar- la necesidad de otro factor: la actitud, con c. Quiero decir, que ahora que el poder económico pretende -desde diversos frentes- imponer el abaratamiento de los salarios como condición para salir del atolladero en que nos encontramos, hay que explicar que ese abaratamiento de la mano de obra incide directamente -y negativamente- en la pretendida competitividad. ¿Que grado de implicación, de motivación, de actitud, en definitiva, puede esperarse de una persona con formación universitaria que al acceder al mercado laboral obtiene un salario mensual de 500 euros como becario para -después de algunos años, y con suerte- saltar de contrato en contrato, sin continuidad ni perspectivas de futuro? ¿Que interés por la calidad del servicio de su empresa puede esperarse de una persona contratada para atender un centro de recepción de llamadas telefónicas, conociendo sus condiciones laborales? ¿Que deseo de mejora constante puede albergar una parado de larga duración, mayor de cincuenta años, cuando se ve obligado a aceptar, por necesidad, trabajos alejados de sus capacidades? ¿Que cestos esperamos obtener con tan baratos mimbres?
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