martes, 15 de agosto de 2023

Nombres propios

...mi tío Faustino
Tengo -tenía, tuve- tíos de nombres tan sonoros, rotundos y propios como Fulgencio, Faustino, Dionisio, Melquíades o Gaudencio, nombres que entonces eran usuales, nombres de otra época; muchos de ellos emigrantes del campo a la ciudad ya en los años treinta  -los tíos paternos desde un pueblo de Segovia lindando con Ávila y Valladolid, Montejo de Arévalo a Madrid y los maternos desde Las Hormazas, en Burgos pero cercano a Herrera de Pisuerga en Palencia, a Portugalete en Vizcaya- con una mecánica habitualmente escalonada: probaba suerte uno de los hermanos -el mayor, generalmente- y si la había, éste era utilizado como cabeza de puente para que el resto fuera desembarcando en la ciudad en pos de trabajo y la posibilidad de una vida algo mejor. Todos ellos de la generación de la España convulsa que desembocó en una guerra civil y, por tanto, personas con vidas nada fáciles en un país obligado a transitar por una preguerra, una guerra y una durísima posguerra.

En la guerras -en las civiles especialmente- se producen casos que muestran claramente el desastre personal y familiar que conllevan; un ejemplo: mi tía Julia (hermana de mi padre) casada con mi tío Faustino (anteriormente a ese matrimonio también tío de mi madre) -una de las mencionadas cabezas de puente en la migración a la ciudad- salió de Madrid con destino a Montejo con sus hijos de entonces, Tinito (Faustinito) y Tere (Teresa), donde vivían sus padres y la mayoría de sus hermanos, salvo el mayor, Fulgencio, que también se había instalado en Madrid; salió de la capital unos días antes del 18 de Julio de 1.936 (creo que el día anterior, y no por aumentar el dramatismo) y lo que iban a ser unas vacaciones de un mes se convirtieron en una estancia obligada de varios años. Mi tío Faustino, de convicciones izquierdistas, entretanto e ignoro cómo, acabó combatiendo en apoyo de la legalidad republicana en el frente del Norte, en Santander, y creo que pudo ser evacuado a Francia cuando las fuerzas franquistas lo ocuparon; por lo que sé, mi abuelo Román -padre de mi tía Julia y mi abuelo paterno- nunca perdonó a mi tío Faustino que no se reuniera con su familia, teniendo la posibilidad de hacerlo, hasta después de la guerra, y eso gracias a que mi tía Julia era parte del servicio de un general franquista que hizo las gestiones necesarias para repatriarlo de Francia; todavía puedo recordar -casi treinta años después de esas peripecias- su sonrisa socarrona con un toque de tristeza, bajo su permanente boina; creo que era el chófer del mencionado general. Y tuvo más suerte que otro tío mío también Melquíades de nombre -en realidad tío de mi madre y tío-abuelo mío- que gracias a sus innatas capacidades mecánicas y organizativas -ignoro que formación académica tenía y pudo aportar- fue nombrado Teniente de tren por la República en 1.938; y digo que éste tuvo menos suerte porque acabó internado en el infame campo de concentración de Argelès-sur-Mer y recuerdo cómo relataba vívidamente su diaria recreación imaginaria consistente de romper con una patata frita la yema del correspondiente huevo frito -con ajos- mientras comía la bazofia en que consistía el alimento de los internados en el campo. Cuando pudo volver a España ejerció cargos de responsabilidad en los talleres de la empresa Trimak, de motocarros de carga. Por breve tiempo pudo percibir su pensión como ex-militar de la República.

Para otro día explicar -es sencillo y, a la vez, complicado- el hecho de que cuñados, tíos y primos de mi madre fueran también tíos y primos míos; aunque quien haya leído atentamente creo que se habrá quedado con la clave.

Para todos ellos y en su memoria este breve recuerdo, poco más que el de sus nombres.

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