En la tesitura de tener que elegir entre lo importante y lo urgente, los políticos generalmente optan por lo último. Así, cuando a comienzos de la crisis el presidente del gobierno propuso para este país un cambio estructural de modelo económico -que afectaba igualmente a lo social y a lo medioambiental- con criterios de sostenibilidad y eficiencia, parecía que se intentaba abordar seriamente nuestro futuro: lo importante. Ha bastado alguna demostración de los poderes económicos -de los cuales todos suponemos sus prioridades- para que inmediatamente se olvide lo importante para intentar asegurar lo urgente. Lo urgente para esos poderes económicos, se sobreentiende. Es falso, por tanto, el dilema que hoy se plantea Juan Carlos Rodríguez Ibarra en El País en su artículo Patriotismo y huelga general : jamás hemos tenido, ni remotamente, la posibilidad de mandar a hacer puñetas a los mercados. Por lo que el subsiguiente dilema que plantea -elegir entre suicidarnos o prostituirnos- es igualmente una falacia: hace tiempo que ese ente abstracto pero real, el mercado, decidió no sólo que debíamos prostituirnos, si no que, además, era nuestra obligación poner la cama, es decir, pagar la factura de la crisis que su voracidad llevaba tiempo propiciando. El ejecutivo de este país lo único que ha hecho ha sido traducir y ejecutar ese mandato. Urgentemente.
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