Oí ayer el comentario de Iñaki Gabilondo respecto a la simplificación maniquea en que se ha convertido opinar de la res pública en la actualidad. Basta con adscribirse a una de las dos opciones políticas mayoritarias y, de forma automática, obtenemos el "filtro interpretativo" que nos traduce cualquier aspecto de la realidad, constatando el señor Gabilondo que tan burda simplificación ha sido asumida por todos, lerdos o sapientísimos. Pues sí, en esas estamos, pero tampoco es algo sorprendente; es el resultado natural de una sociedad gestionada políticamente por una partitocracia bifronte en la que hemos delegado nuestra supuesta democracia, que no sólo facilita -entre otros males- la corrupción a todos los niveles, si no que nos tiene sumidos en ésta inanidad acrítica tan útil a los poderes que manejan verdaderamente los hilos: los agentes de los grandes intereses económicos (no hay más que ver la habilidad con que nos están cargando las consecuencias de una crisis de la que son directamente responsables). Tuvimos tal "éxito" -que no se traspapelen las comillas, por favor- en la transición política que, desde entonces y como país, padecemos algo intermedio entre el síndrome del nuevo rico y el del tonto exitoso. Y ya se sabe, un tonto nunca se recupera de un éxito, que dijo Oscar Wilde.
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