lunes, 29 de septiembre de 2008

Deber y poder


Según el presidente del Gobierno, las convicciones ideológicas, morales o religiosas, no pueden condicionar la capacidad de una persona para una responsabilidad institucional. Poder y deber son dos verbos cuyo significado habitualmente se confunde, y éste podría ser un ejemplo. Desde luego, en un Estado aconfesional y laico las creencias o convicciones religiosas -al pertenecer estrictamente a la vida privada- no deberían condicionar la capacidad de cualquier individuo de desempeñar un cargo público. Y digo deberían porque incluso en esas ideales condiciones podrían plantearse conflictos morales o de conciencia. Pero es que, en el caso que nos ocupa, no se dan, ni por aproximación, tales condiciones. Es conocido el protagonismo y beligerancia públicos que la Iglesia Católica mantiene en la sociedad de este país, pretendiendo que todos -creyentes o no- acomodemos nuestra conducta y/o seamos prejuzgados en esta vida por los mismos principios que -según dicen- se nos aplicarán al ser juzgados en la futura.
Es decir, en este caso poder, pueden. Y es muy probable que lo hagan. Sobre todo, conociendo los antecedentes de conducta de la persona concreta de que hablamos, Carlos Dívar.
Que alguien que va a presidir el CGPJ y a tener decisión en temas muy complejos y sensibles socialmente -en una sociedad plural- tenga por costumbre repartir rosarios a modo de incentivo o gratificación entre los funcionarios de la administración de Justicia a la vuelta de sus frecuentes peregrinaciones a Tierra Santa, o que afirme que la única y verdadera Justicia es la de Cristo, no parece el garante adecuado de una Justicia civil, laica. Además de manifestar una notable confusión entre las esferas pública y privada en el ejercicio de sus cargos públicos.

http://www.elpais.com/articulo/opinion/Justicia/civil/laica/elpepuopi/20090726elpepiopi_6/Tes

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