sábado, 5 de noviembre de 2011

Gente

Gente es una de las palabras que debe estar en la superficie del cerebro de Mariano Rajoy, por lo frecuente que resulta oírsela y de la que es difícil ignorar el tono despectivo con que la emplea. Hace no mucho expresó en voz alta -y colérica- su convencimiento de que la mitad -no "su" mitad, claro- de la cámara de representantes políticos de los españoles en el Congreso de los Diputados no sabía leer. Para añadir, a media voz -pero audible en el revuelo formado- "¡que gente!". Ahora, ya en campaña, le hemos oído, refiriéndose al gobierno, decir que "con esta gente es imposible la recuperación". Ya digo que no me suena agradable esta palabra cuando se la oigo, pero por procurar que posibles prejuicios no turben mi juicio, me he propuesto realizar una pequeña encuesta sobre cual pueda ser la acepción o sentido que quiere dar a esa palabra de entre las tres primeras que nos propone el diccionario de la RAE: 1ª) Pluralidad de personas, 2ª) Con respecto a quien manda, conjunto de quienes dependen de él y 3ª) Cada una de las clases que pueden distinguirse en la sociedad (gente del pueblo, gente de dinero, etc.). A ver que me sale.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Otra cosa

A raíz de los últimos sobresaltos europeos con consecuencias directas en los aparentemente hipocondríacos mercados, Mariano Rajoy ha señalado -en línea con su habitual claridad-  que desde el PP van a pedir el voto a los que les han dado siempre su confianza y a los que no "porque España necesita otra cosa". Que te deja pensando, no se puede decir más con menos: otra cosa es la clave. Comenzando por el final, cosa: "objeto inanimado, por oposición a ser viviente", aunque seguramente se refiera a "todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual, natural o artificial, real o abstracta". Esto, unido al significado de otra: "distinta de aquella de que se habla", lo deja todo claro. Un prodigio de claridad síntetica, el señor Rajoy.

Google

El PP sitúa en un 30 por ciento la probabilidad de perder las elecciones. El buscador Google te da, a veces, sustos de muerte como este. Luego se comprueba que se trata del Partido Patriota, en Guatemala, pero el sofocón -siendo votante del PP y ni aún deduciendo que tendría el 70 por ciento de probabilidad de ganar- ya te lo has llevado. Otras veces te hace sonreir: planteada la pregunta ¿puede el PP perder las elecciones?, resulta que en uno de los enlaces se afirma que "los sismólogos están preocupados por si el PP vuelve a perder las elecciones", ya que "la pataleta podría desplazar la falla de San Andrés". En fin, pueden respirar tranquilos los votantes del PP, porque planteando la pregunta anterior en forma estricta (entre comillas), Google no ofrece ni una sola respuesta.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El programa del cambio

Farragoso, pero no  por pretender exactitud y claridad, si no por todo lo contrario, el programa del PP que finalmente hemos conocido abunda en ambigüedades y frases de complejo significado. En todo caso, parece responder las conocidas tesis neoliberales que implican, a grandes rasgos, reducir al máximo al estado, de manera que moleste lo menos posible a los intereses del gran capital. Con la que está cayendo, no puede entenderse de otra forma una de las pocas afirmaciones explícitas del programa: la bajada de impuestos. Porque un Estado más débil, con menos recursos vía impuestos, está abocado de forma inevitable a un recorte proporcional de servicios públicos comenzando por los más gravosos: sanidad, educación y asistencia social. Y a privatizar todo lo que dentro de estos servicios públicos pudiera ser "negocio". Comprendido esto, sí puede decirse que el programa del PP está claro como el agua, pero no de la lectura de las páginas de alambicada redacción que el PP ha hecho públicas como su programa oficial de propuestas de cara a las elecciones generales del 20 de Noviembre. Esto supone sumarse al cambio -a peor, para la mayoría- que nos propone el PP.

La felicidad

 I.

O sea, que el presidente del PP ha prometido devolver la felicidad a los españoles. ¡Vaya!, son insospechadas las cosas que el señor Mariano Rajoy guarda en su cabeza. Tan pronto se encuentra una niña como un proyecto de felicidad que la Humanidad lleva buscando desde mucho antes de los filósofos griegos. Cabe deducir que ello es posible debido a que posee una enorme cabeza, como todo verdadero estadista. Puestos a buscarle pegas a su filantrópico proyecto, echo en falta que no sea ecuménico, ya que lo de devolver debe querer decir que sólo recobrarán la felicidad los que la tuvieron -bajo anteriores gobiernos del PP, seguramente- y por tanto totalizamos un buen pico los que continuaremos mohínos bajo la crisis. Es decir, que el señor Rajoy debería afinar un poco esta promesa para sucesivas re-ediciones en lo que le queda de campaña electoral: todos queremos ser felices. Y también, ya que parece ser gratis, que nos ofrezca elegir entre eudomonismo (según Aristóteles) y hedonismo (según Epicuro). Felices, pero no revueltos.


II.

Ya antes de comenzar la campaña electoral, Mariano Rajoy, como un Papá Noel total -y anticipado- ha prometido devolver la felicidad a los españoles, nada menos. Claro, que este glorioso anuncio lo hizo en un mitin-almuerzo ante 5.000 simpatizantes del PP que habían pagado 17 euros por asistir al acto y es probable que el presidente del PP se creyera obligado a corresponder con algo para acompañar al postre y al chupito de aguardiente de hierbas. 
Ya hay quien a señalado que este tipo de promesas les cuadran más a los autócratas -que así disimulan sus evidentes fracasos- que a los demócratas; Franco, en la mísera España de posguerra se empeñó en convencer a los españoles que tenían un Imperio a la vuelta de la esquina. Por tanto creo que el señor Rajoy ha perdido una excelente oportunidad de callarse y ejercer ese sentido común del que tanto presume al prometer semejante cosa. Puede que sea un consejo de sus asesores electorales, en el convencimiento de que todo vale y de que es posible que alguien pique, aunque a la mayoría nos pille un poco coriáceos esta promesa con reminiscencias filosóficas y, como mucho, nos dé material para hacer chistes. En todo caso, ya metidos en campaña, veremos; ¿nos prometerá el cielo en la vida futura?. Las mejores promesas -para quien promete- es posponer su cumplimiento para cuando sea difícilmente verificable o ya no tenga importancia.


III.

O sea, que el presidente del PP ha prometido devolver la felicidad a los españoles. Atentos a la palabra devolver, que debe querer decir que el que antes no la tuviera tampoco la va a disfrutar bajo el mandato del PP: unos cuantos a descontar. Tampoco ha precisado el señor Rajoy -y bastante se estará arrepintiendo ya de lo que ha prometido- a que fecha nos va a retrotraer en nuestro nivel de felicidad. Según uno de sus cabezas de lista, el señor Arenas, a 1996, a cuando de cada diez empleos que se creaban en Europa, ocho lo eran en España. Lástima que haya tantos pisos vacíos y que apenas quede ya suelo urbanizable. Mucho me temo que éste prometido regreso a la felicidad sea, para la mayoría, mucho más difícil que el regreso a la infancia.