Según
el diccionario de la RAE, aplaudir es palmotear en señal de aprobación
o entusiasmo, y noto que últimamente aprobamos o nos entusiasmamos con
cosas tan diversas como un féretro -con su finado dentro-, una
manifestación -se supone que los manifestantes se aplauden a sí mismos-
o, como los diputados del PP, que aprueban y se entusiasman cuando
consiguen que el país declare la guerra a Irak.
También
es de uso habitual como gesto -venga o no a cuento- que las figuras
públicas sonrían: sonríen los imputados cuando se dirigen a explicar sus
fechorías al juez, sonríe el ministro del ramo cuando nos anuncia el
último e inmisericorde recorte y sonríen en general todos los miembros
de la clase política cuando nos intentan hacer creer lo increíble.
Y
pasa lo que tiene que pasar, que el gesto acaba perdiendo su
significado; se aplaude y se sonríe a contrapelo de la realidad. Incluso
en éste país del que Felipe Alfau ya hace casi un siglo dijo: España,
una tierra en la que ni el pensamiento ni la palabra, sino la acción
con un sentido -el gesto- se ha convertido en la especialidad nacional.
Por no mencionar que en estos tiempos acelerados, los políticos en su
afán de síntesis ya han pasado del gesto al aspaviento que aún es más
breve y más efectivo ante los medios de comunicación.
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