Recuerdo a Rodríguez Zapatero celebrando su triunfo en 2004, prometiendo mantener sus promesas sociales y no cambiar; no recuerdo exactamente si dijo algo así como "el poder no me cambiará". Hoy, tras una reforma laboral claramente dictada por otro poder -el económico- pero justificada por él como imprescindible para mejorar nuestra competitividad -como si no hubiera formas más eficientes y oportunas para lograrlo que recortar los derechos de los trabajadores- o leyendo los titulares de la prensa "el presidente insiste en su apoyo a Sarkozy" (en relación al tratamiento de población inmigrante en Francia) o "Zapatero se somete al examen del poder financiero de Wall Street", parecería que nos hemos teletransportado a un futuro lejano. Pero no, sólo estamos a seis años de distancia. Es evidente que todo cambia, que todos cambiamos -Felipe González nos vendió políticamente, en su día, el cambio del cambio- pero el poder debe tener la virtud de acelerar el proceso hasta límites inimaginables. Y esto es así incluso para quienes tienen la cándida osadía de negarlo a priori.
Cartas (notas) prescindibles, reflexiones al hilo de lo que sucede (principalmente en España)....
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