Naturalmente, yo también me alegro de que España sea actualmente campeón europeo de fútbol. Además, y dado que la noticia de este suceso ha llenado el espacio informativo tal y como los gases tienden a llenar el espacio físico, me he ahorrado bastante de la dosis diaria de desastres. Así, a cambio de saber que la abuela de Iker Casillas hace unas rosquillas buenísimas y otras intimidades de los jugadores de la selección o de sus familiares, de cuantos nietos tiene Luis Aragonés y -por supuesto- de ver por vigesimoséptima vez los goles de nuestra muchachada en la eurocopa -a cámara lenta y con fondo musical de Vivaldi, Händel o Carl Orff, alternativamente- me he ahorrado saber la cantidad aproximada de niños muertos en el mundo en guerras desconocidas, de enfermedades evitables, o de pura miseria y hambre en el día de hoy. Igualmente han brillado por su ausencia noticias de llegadas de subsaharianos en cayucos -estarían todos en Mali, viendo la final, vía satélite- del penúltimo caso de pederastia, e incluso del lugar exacto al que ha trepado el euríbor: beneficios colaterales del fútbol, sobre todo cuando se gana. Y ya se sabe: ojos que no ven, corazón que no siente. Lástima que la semana que viene, cuando ya hayamos digerido nuestro eurocampeonismo futbolero tendremos que ponernos al día -no creo que el mundo pare de darnos disgustos- y establecer el nuevo recuento de las desgracias que pasamos por alto por falta de tiempo en las noticias. Y no tienen aspecto de serpientes de verano, a pesar de la época en que estamos.